viernes, 21 de octubre de 2011

MAQUIAVELO, HUME...LIBIA

Si hay algo que me fascina de Hume y Maquiavelo es la capacidad que ambos tuvieron para crear nuevas categorías capaces de dar respuesta a las variaciones que los acontecimientos de su tiempo infligían sobre los viejos dogmas. Sirva como ejemplo de esto último la profundidad del escocés cuando, a contracorriente, negaba en uno de sus ensayos el patrimonio exclusivo del florecimiento y desarrollo de la cultura a las democracias y ampliaba el terreno fértil para las mismas a las monarquías absolutistas como la francesa en un aviso para navegantes insólito. En sus palabras, en su amor a las letras francesas había algo más que una concesión. Dentro palpitaba una intuición política genial, una novedad antropológica: el refinamiento del hombre no dependía ya de su régimen, sino que, ajeno al mismo, o precisamente como su más beligerante respuesta, era capaz de desarrollarse autónomo. Acababa así con uno de los principales argumentos en favor de las repúblicas y de los “regímenes de la libertad”, y emplazaba a su vez a los teóricos a encontrar nuevas formas de defender la libertad y la constitución inglesas. Maquiavelo, Aristóteles, Tucídides...desacreditados en un par de líneas, y el mundo, de nuevo, por reinterpretar. Una turba zarandea a Gadafi. El que otrora fuera azote de una población servil, sumisa y resignada, se mecía ahora desorientado en la sangre; aferrado y lleno de miedo parecía arañar en vano el tiempo breve del último minuto de su vida. En ese momento alguien desata la pasión de Talión y empuña el arma que servirá de Caronte al dictador. Su ejecución, el acto infame, se vuelven origen en el vertiginoso ir y venir de las imágenes del móvil que es testigo inesperado de la Historia. Será esa imagen y no otra la que los libios verán en el origen de su nuevo estado, y esto último no es baladí. Solo los siglos transforman la violencia en poder legítimo. Eso al menos creía Maquiavelo. Sin embargo nuestro tiempo no goza de la amnesia del renacimiento; en nuestro presente no funciona ya ese paradigma. Nuestro presente está habilitado para rescatar en cualquier momento el archivo originario, la imagen real que disuelve el “mito nacional” de un plumazo. ¿Entonces? Cualquiera que haya leído algo de filosofía política sabe que no hay mejor origen para una democracia, para volverla estable, que una experiencia procedimental justa (en la medida de lo posible); Estados Unidos es sin duda el mejor ejemplo. De no ser así, suponemos que el régimen puede transformarse con el tiempo, con el olvido de la violencia primera y adquirir la forma de la democracia merced a un aprendizaje moral mediado por la convivencia pacífica (dependa de quien dependa la paz –soberano o sociedad civil-). ¿Entonces? ¿Ahora? Libia (como ya lo hace y con una semejanza mayor el capitalismo totalitario chino) acabará desafiando, como la Francia de Hume, nuestras categorías si se convierte en una democracia (huelga decir que no solo Libia, sino toda la primavera árabe supone, bajo mi opinión, este desafío). Porque sería entonces una democracia fundada en una ejecución tirana de la que su pueblo no podrá escapar siquiera con el tiempo (a diferencia de otros pueblos a los que el olvido ha trabajado hasta hacerles convivir en paz). Una democracia, una revolución tutelada, una soberanía con débito y por supuesto una verdadera incógnita y, por qué no, un desafío para los postulados morales de Europa, que nos invita a volver a los clásicos, a revisar sus presupuestos y con ellos los de la propia ciencia política. ¿Tiene el deber la comunidad internacional de aplicar la justicia contra los rebeldes que “ajusticiaron” al dictador? O, por el contrario, ¿debemos, una vez el objetivo se ha cumplido, dejar a los libios ejercer su autodeterminación como prefieran, elijan o se autoimpongan? ¿Qué nueva fórmula de cooperación surgirá sobre esas bases llenas de violencia? ¿Debemos tutelar el proceso? Nuestro cometido como filósofos es sin duda reformular los argumentos para defender la convivencia pacífica, la libertad igual para todos, y la distribución equitativa fundada en la dignidad del ser humano por el mero hecho de ser un agente moral. Nuestro deber es, si cabe, mejorar el mundo de esta forma, dotándole de mejores herramientas para autoconvencerse de seguir los principios básicos de la justicia. Origen, fin y conservación. Esos eran los problemas a los que se enfrentaban los filósofos en la modernidad. Hoy, siguen siendo los mismos, tan solo ha cambiado su objeto, ya no se trata del Estado por el Estado, sino de la Democracia como concepto universal por la Democracia. Dejémosle entonces al futuro mejores y más eficaces parapetos para los nuevos peligros. Analicemos el presente bajo el prisma de los “clásicos” hasta volverlos obsoletos.

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