domingo, 16 de octubre de 2011

LA CERTEZA DE FINK

Las emitieron como un lógico desenlace. Durante semanas se habían alternado momentos de injustificada euforia con otros de oscuro abatimiento. En los foros, en la calle, en los platós, todos padecían ambos sentimientos y un tercero de indiferencia y saturación. Una fría trivialidad propia de nuestro tiempo, fruto de un exceso de consternación, de un sistema defensivo contra la mentira. Pese a todo, todos cedieron su indignación a aquellos segundos; todos ofrendaron su tristeza ante los restos de aquel joven cadáver. En la pantalla aparecía la sangre desorientada junto a la carne gelatinosa. En el margen se sucedían las imágenes de la chica; un macabro álbum de fotos que en su memoria compartía un último momento con la criatura que yacía en el descampado. No les pareció grotesco. Reconozco que ni a mi ni a Mario nos lo pareció; tampoco al resto. Habíamos estado hablando casi toda la tarde de Melville y ni siquiera habíamos leído Buterbly. Yo al menos recordaba algo de las anécdotas del viejo Zack y por referencia tenía en mi poder algunas interpretaciones magistrales del Benito Cereno. Pero estaba bien, la tarde era así, siempre era así. No seguí con excesiva atención la búsqueda de aquella pobre infeliz, pero me volví incapaz de no atender a las distintas novedades que se daban sobre el caso. Ya habían encarcelado a un par de desgraciados mientras los debates proliferaban sobre el tipo de pena, el perfil psicológico de los asesinos, las deficiencias del sistema penitenciario, la labor policial etc. Aquella joven se había ido extendiendo como una metástasis acabando con el Melville y el Poe de mis tardes. Aquella iniquidad se había agarrado con extrema ferocidad a mi café con Eugen. Parecía extraño de lo simple que era. Eugen decía que uno ya espera algo más retorcido, más elegante. No se esperan tantos meses para un asesinato de mierda. Confiábamos en que aquellos dos inútiles tuvieran una buena historia. Una de esas desviaciones mentales y alucinatorias. Porque yo imaginaba al principio que la chica había matado a su padre y que la madre andaba con ella y que luego se deshizo del cadáver en el lugar del primer crimen. Luego, como todo el mundo, imaginé que era un montaje televisivo con un asesinato real. Habían matado al padre y secuestrado a la niña y dosificaban la noticia. Pero resulta que dos pelotudos entraron a robar y cagaron la mayor chapuza de la historia y se largaron. Es injusto. No tenían que haber emitido las imágenes desde el principio. Así ninguno hubiésemos fabulado la casuística de aquella aberración. Toda aquella resignación. La certeza de que había sido la realidad la que había ganado la partida. Todos se sentían defraudados. La respuesta estaba allí, en todos los detalles. El aroma del rumor en la calle desapareciendo… en pocas semanas dejamos de hablar de aquello, lo dimos por clausurado, todos teníamos nuestra historia. La conversación con Fabio en el café Dumont, pese a todo, fue reveladora. ¿Por qué refería aquellos datos? La conspiración televisiva, la propaganda, el truco. Yo lo había pensado así también; como un ejercicio a largo plazo cuyo éxito dependería del número de individuos que participaran del engaño. ¿Y si fueran todos? Y si todos fuésemos cómplices inconscientes del asesinato. ¿Y si no fuera sólo eso? Mario sólo habla de lo pobre de la historia. Imagino al asesino versionando las múltiples complejidades del futuro e ideando el plan. Un plan perfecto, un plan que se oculta a la vista de todos. Todo aquello que salía en los diarios. Todos parecían tener una gran respuesta y siempre, tras cada una de ellas, se habría un interrogante. Toda aquella información infinita obrando el escondite, dejando cualquier posibilidad como la correcta. Los dos tipos. Había demasiadas lagunas en esa versión. Claro. Todo expuesto. Un cadáver y una maquinaria haciendo dinero, eliminando sospechosos, ofreciendo móviles para el crimen en cada corte de publicidad. La gente decepcionada, aquellos dos imbéciles… yo hablando continuamente de un crimen; de la chica; visualizando en todo momento el lugar y los golpes, la violación y sus gritos, su sangre en mi rostro y su mirada vidriada de pánico. Calculando el momento justo para llamar a la prensa y dar la información de una joven desaparecida. El momento exacto en el que hacer pública la grabación. El segundo en el que hacerle cómplice. Mario sigue ajeno apurando la cerveza, ignora que está a punto de oír una confesión.

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