martes, 18 de octubre de 2011

17 OCTUBRE: NO PIENSEN EN UN ELEFANTE AZUL

“Si Napoleón hubiese atravesado con un sable a su santa esposa…no hablaría usted de ningún gran estratega, ni se fascinaría de tan perturbadora personalidad, ni vería en su ambición el paradigma de la voluntad y la persistencia humanas”. En las iniquidades del malogrado Henry McCarty (Billy el Niño) se suscitan las mismas controversias, los mismos desencuentros, ambos perpetrados por lo caprichoso del lenguaje. Alguien neutral, ajeno al menos a la tragedia de la sangre, elabora el personaje, genera el mito, lo desnuda de miserias (no siempre eliminándolas del sujeto, tan solo transformándolas con la metáfora), y resuelve el crimen en mito, la muerte en destino último, y los actos azarosos y malvados en una bella trama. Es, al menos eso parece, la suerte inevitable del crimen para la historia: volverse “Historia”. Ocurre en cada verso de Homero con la carnicería troyana, ocurre en las acertadas imágenes del imaginario nibelungo, y ocurrirá más tarde o más temprano con nuestros cadáveres y sus verdugos; desaparecerán el dolor real, la sangre real, la pérdida real, y quedarán los sintagmas, los giros ficcionales, la escena final de cualquier buen largometraje; y en el cerebro, tan sólo, una delicada estética que nada tiene que ver ya con su referente. Sin embargo, no es eso lo más doloroso para la víctima. Su olvido final empieza cuando los demás asumimos el discurso, cuando integramos los ritmos de la épica en nuestro día a día, cuando miramos con admiración al chico malo que vivió rápido y tuvo el revólver fácil, aplaudimos un indulto histórico basado precisamente en eso, en que los hechos son “demasiado históricos”. Algo así parece estar pasado en Euskadi. Alguien se ha dado cuenta de que si el crimen se cuenta de mil formas acaba desapareciendo; se acaba transformando en algo distinto, y sus actores principales con él. Felizmente uno pasa de asesino a “histórico de la lucha abertzale”, de criminal a “sujeto activo de un proceso histórico”. De repente, los actos delictivos unilaterales contra el estado de derecho se describen como conflicto armado. Lo que ayer no era sino cruel irracionalidad, el lenguaje los convierte en piezas de un puzle a punto de completarse, ofreciendo así legitimidad “histórica” a la nuda violencia. Y en estas aguas, nosotros, inmersos en esa singular gramática, volvemos, inevitablemente, a pensar, contra nuestra voluntad, en un elefante azul. El acto delictivo se convierte en ventaja por el mero hecho de haberse cometido, de repetirse en el tiempo; el gansterismo ominoso adquiere carta de naturaleza, se vuelve identidad, status y desde él se razona y se habilita el diálogo; el asesino parte como asesino, y los demás asumimos que si promete portarse bien, merece recompensa. La violencia nunca debería prescribir. Ocurre como en las privadas venganzas amorfas en los pequeños pueblos de la España profunda bajo el amparo de la dictadura. Esas cunetas no deberían prescribir. Igual pasa con todos esos que ahora parecen querer inocular en nuestro lenguaje que lo suyo fue una especie de guerra “justa” de igual a igual, y que las víctimas son de todos y abundan por doquier en ambos bandos. Esa ignominia no puede prescribir, no puede transformarse en “acto histórico”, no puede ofrecerles en el futuro el amparo del que gozan criminales de igual calado. Creo profundamente en la paz, en la democracia, y tengo a su vez la certeza de que Henry McCarty era un maldito asesino.

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