Isaac nos ha explicado en su articulo "El camino de la libertad nos lleva al cautiverio" como podríamos ser felices renunciando a la "idea" de libertad como posibilidad de elección; tenemos esta idea porque la conocemos, y si no la conociésemos no la tendríamos o exigiríamos. La idea central o pregunta básica ante tal argumentación es: ¿Forma esa idea de libertad parte constitutiva o esencial del hombre? ¿Puede ser borrada? ¿Podría darse un tipo de sociedad en la que el hombre estuviese ajeno a la libertad? En definitiva, ¿Es posible una sociedad cerrada al estilo platónico o de la novela "Un mundo feliz" de Aldous Huxley eternamente? ¿No acabaría por hacerse hueco en ellas la libertad por sí misma? ¿Sería necesario introducir el concepto de libertad en la sociedad cerrada desde fuera o nacería desde adentro como parte de su esencia? ¿Es la libertad un valor exógeno o endógeno en el hombre y la sociedad? Si introducimos nuestro concepto de libertad en otras sociedades, ¿les hacemos un favor o les condenamos? Les hemos hecho un favor a los africanos llevándoles nuestra idea de libertad y sociedad o les hemos hundido; ¿No hubiese sido mejor que ellos permaneciesen con su estilo de vida primitivo -que no menos valioso- y nosotros lejos de ellos? ¿Es nuestro concepto de libertad parte de nuestro concepto de hombre exclusivamente o forma también parte del suyo? Lo que está claro es que ya forma parte de los africanos nuestro concepto de vida y libertad; el mayor ejemplo son los cayucos que llegan a nuestras costas, pues son la mayor expresión de ellos desean y quieren lo mismo que nosotros. No somos tan diferentes; nosotros nos hemos encargado de ello en los últimos siglos de colonización. ¿Quién ha modificado más su identidad nosotros o ellos? Los Papalagi (hombres blancos) son implacables, por ello el jefe samoano Tuavii advirtió a sus compañeros de los peligros del hombre blanco e intento alejarlos. Se dice que una mujer que vió a los blancos por primera vez gritó ¡Fuera demonios! ¡Qué razón tenia!
Resumiendo se trataria de debatir si el hombre puede ser todo o no, debido sus caracteres o predisposiciones innatas. Los politicos conservadores ven las tradiciones como elementos centrales en el hombre; para ellos sin ellas el hombre perdería una parte de su ser. Un ejemplo es la historia, que ellos intentan mostrar como un elemento central central del hombre, pues una determinada percepción de ella puede cambiar su identidad y forma de ver el mundo. Apelan ala historia sentida, sentimiental, más que a la racional y crítica. Recientemente se celebró el bicentenario de la Guerra de la Independencia contra los franceses; los políticos conservadores como Aguirre y nuestro Juan Carlos se han encargado de orientar hacia la exaltación de la nación española. ¿De verdad podemos creer que aquella gente rebelada luchaba pensando en la grandeza o la idea de España? ¿Es el sentimiento de pertenencia a una nación un elemento constitutivo y necesario del ser de todo hombre? ¿Es un deber sentirse español? Si no me siento español, ¿Qué tipo de persona soy para los conservadores? ¿No sería más sano no hacer del sentimiento patrio un elemento constitutivo de nuestro ser? Es muy fácil forjar la identidad mirando al pasado, lo difícil es hacerlo mirando al futuro por que ello supone acción, cambio, reflexión. No es casualidad que los dos elementos que más desligitiman nuestra identidad, la ciencia y la educación, no tengan minutos en los telediarios o secciones especializadas en los diarios.
Para cuando vamos a dejar de universalizar lo local y nos vamos a dedicar a "localizar" lo universal. ¿Hay acaso otro camino para comprendernos y mejorar este mundo? La tradición, a mi modo de ver, es un lastre que centra al hombre en lo local y lo enajena de aquello que es mas importante, la imagen del otro en uno mismo, que aparece más como una negación de nosotros. ¿Qué beneficio obtenemos celebrando el bicentenario? Ha sido un rito conjunto de autoafirmación de una identidad que como tal no es esencial a nuestro yo, sino creada y accidental. Nos enredamos en identidades superfluas que suponen una ocultación de lo verdaderamente importante: que todos somos iguales, y que no hay que saberlo sino conseguirlo. Todos somos nada, sólo unos pocos podemos serlo casi todo. Seguirán inyectándonos dosis de identidad; nos dirán lo que somos, porqué somos así y como debemos de seguir siendo. Inefable tragedia. A menos identidad en lo pasado -no menos conocimiento del pasado-, mayor raigambre y conocimiento del presente, y aumento de esperanza para el futuro.
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