Después de releer "Un mundo feliz" de Aldous Huxley me surgen algunas dudas acerca del tipo de sociedad en la que vivimos. Ya sé que un derecho fundamental del hombre es la libertad, pero creo que de alguna forma ese derecho lo tenemos porque lo hemos inventado y lo conocemos. Me explico: En la obra de A. Huxley, el sistema de gobierno es un sistema organicista, donde cada individuo tiene asignado, desde su nacimiento, su función en la sociedad. No tiene interés por el trabajo que desempeñan los demás puesto que ve su función tan importante para la sociedad como la de cualquier otro.
No elige, como nosotros, qué quiere ser , es feliz con lo que se le ha asignado (cosa que tampoco sabe, puesto que piensa que es aquello para lo que está más capacitado). En definitiva,se le niega o mejor dicho, se le oculta "nuestra libertad" a cambio de otras cosas.
En esta sociedad no existe la propiedad privada, no existen las guerras, el hambre, los conflictos entre los individuos,etc. El compañero es uno más al que se respeta y el superior es alguien que realiza una función igual de importante que la de cualquier otro. De esta forma se eliminan la envidia, los celos... y todos aquellos sentimientos que de una forma u otra corrompen al individuo hasta el punto de desencadenar en muertes, guerras, hambre,etc...
Y es aquí donde surge mi pregunta: ¿No sería mejor este tipo de sociedad que la nuestra?. Se me puede reprochar que en esta sociedad no hay libertad y que el individuo esta condicionado desde su nacimiento, pero opino que los individuos de ésta no la conocen, por lo que no la anhelan y por lo tanto no la necesitan. También se puede decir que el sentido de esta obra no éste, y lo sé, pero la idea está ahí, y viendo el camino por el que va este mundo, yo al menos estaría dispuesto a sacrificar algunas cosas a cambio de no tener que estar viendo diariamente como sufren miles de personas por culpa de esa "supuesta libertad" de la que gozamos.
miércoles, 30 de abril de 2008
lunes, 28 de abril de 2008
Exceso de un fenómeno cotidiano: la muerte en el trato del Otro.
En principio lo que propongo es una defensa del hecho cotidiano, del acontecimiento casual y diario, en tanto que a veces supera y excede la planicie y monotonía del día a día en que se da. Mi posición o idea sería en cierta forma heredera de la reivindicación de la hipofenomenalidad, o de lo in-aparente, que llevan a cabo tanto Heidegger como Janicaud; la experiencia que ha causado que yo titule así el ensayo es una experiencia de baja intensidad fenomenológica - baja intensidad respecto a fenómenos saturados de alta intensidad como el 11-S - aunque tiene un gran matiz que la diferencia de dichos fenómenos de baja intensidad como la rosa de Angelus Silesius-Heidegger o el sol que recorre la pared en el poema “Fe de Vida” de Jorge Guillén, y es que es una experiencia respecto a Otro, respecto a un semejante, lo que añade una mayor riqueza y complejidad a dicho fenómeno.
La experiencia es la siguiente; un día, del cual ni recuerdo su fecha, aunque se que era final de primavera y el sol apretaba ya a las dos de la tarde, caminaba hacia mi piso por una de las avenidas principales de Sevilla ensimismado pensando en las cotidianeidades; cuando uno camina por la ciudad no suele mirar los rostros de la gente que camina pues todo el mudo esta serio, casi nadie sonríe en la ciudad cuando camina solo por las calles lo que aumenta el carácter hostil y frío de la ciudad, ¡por lo menos yo así lo creo!. En mi ensimismamiento una de las personas que caminan, a las que no suelo mirar, me llamó la atención de una forma un tanto extraña; captó mi atención su sola presencia, sin que yo pudiese ver si era alto, moreno, hombre o mujer, etc. Pasó por mi lado como suelen pasar cientos cada día sin generar en mí ningún tipo especial de atención o sentimiento cercano, sin embargo éste del cual no conocía su aspecto y del que sólo me apercibí de su presencia junto a mi por su sombra a medida que la dejaba atrás con mi andar, pues venía de frente, generó en mí una sensación desconocida anteriormente por mí. Todavía hoy me resulta inexplicable lo que aquella persona desconocida generó en mí pese a ni siquiera conocer su aspecto y en un breve pero intenso segundo. Dicha sensación caló hondo en mí, me sobrecogió de tal manera que una vez que llenó mi ser me obligó a mirar hacia atrás para ver quién era ése desconocido; giré mi cuerpo con vehemencia para poder verlo, diferenciarlo ante mis ojos; se trataba de un anciano de pequeña estatura, todo vestido de negro, con una pequeña mochila de niño que caminaba muy lentamente debido a sus cortos pasos. Era un mendigo que entre el vértigo de la vida que nos hace ir corriendo de un lado a otro caminaba lentamente, muy lentamente. Me giré, tuve la necesidad de ver su rostro e incluso ansias de hablarle como no había tenido antes con ningún otro hombre; su cara estaba marcada por las arrugas del tiempo y su cabeza cabizbaja con la mirada perdida en el suelo. Del sentimiento de plenitud que generó su presencia pasé al de angustia que me generó su situación individual, su des-validez ante el mundo, e incluso me entraron ganas de llorar. Él ni se apercibió de mi presencia pese a estar enfrente aunque en el fondo espero que sintiera que alguién se dio cuenta que existía y que tenía presencia en éste mundo. Todavía hoy sigo dándole vueltas a las palabras para poder explicar que fue lo que se generó en mí aquel día y que desde entonces no se ha vuelto a repetir con nadie. Ése hombre no pedía ser visto, yo ni siquiera lo ví, pero algo me apercibió de su presencia y me hizo mirarlo; quiero diferenciar, como dije anteriormente, éste fenómeno de la rosa en la medida que en el Otro está implicado su ser-relativo-a-la-muerte, lo que implica un posicionamiento diferente respecto a él. Sólo he tratado de reivindicar como un hecho cotidiano puede exceder nuestras expectativas de la misma forma que uno de gran intensidad; es una experiencia parecida a la de Genet[1] en el tren con el hombre bigotudo, que le hizo sentir que cualquier hombre vale por otro y le produjo una desintegración de la individualidad, una náusea; a mí sin embargo el anciano me produjo una conciencia de responsabilidad, de hacerme-cargo que todavía perdura hoy en mi.
La experiencia es la siguiente; un día, del cual ni recuerdo su fecha, aunque se que era final de primavera y el sol apretaba ya a las dos de la tarde, caminaba hacia mi piso por una de las avenidas principales de Sevilla ensimismado pensando en las cotidianeidades; cuando uno camina por la ciudad no suele mirar los rostros de la gente que camina pues todo el mudo esta serio, casi nadie sonríe en la ciudad cuando camina solo por las calles lo que aumenta el carácter hostil y frío de la ciudad, ¡por lo menos yo así lo creo!. En mi ensimismamiento una de las personas que caminan, a las que no suelo mirar, me llamó la atención de una forma un tanto extraña; captó mi atención su sola presencia, sin que yo pudiese ver si era alto, moreno, hombre o mujer, etc. Pasó por mi lado como suelen pasar cientos cada día sin generar en mí ningún tipo especial de atención o sentimiento cercano, sin embargo éste del cual no conocía su aspecto y del que sólo me apercibí de su presencia junto a mi por su sombra a medida que la dejaba atrás con mi andar, pues venía de frente, generó en mí una sensación desconocida anteriormente por mí. Todavía hoy me resulta inexplicable lo que aquella persona desconocida generó en mí pese a ni siquiera conocer su aspecto y en un breve pero intenso segundo. Dicha sensación caló hondo en mí, me sobrecogió de tal manera que una vez que llenó mi ser me obligó a mirar hacia atrás para ver quién era ése desconocido; giré mi cuerpo con vehemencia para poder verlo, diferenciarlo ante mis ojos; se trataba de un anciano de pequeña estatura, todo vestido de negro, con una pequeña mochila de niño que caminaba muy lentamente debido a sus cortos pasos. Era un mendigo que entre el vértigo de la vida que nos hace ir corriendo de un lado a otro caminaba lentamente, muy lentamente. Me giré, tuve la necesidad de ver su rostro e incluso ansias de hablarle como no había tenido antes con ningún otro hombre; su cara estaba marcada por las arrugas del tiempo y su cabeza cabizbaja con la mirada perdida en el suelo. Del sentimiento de plenitud que generó su presencia pasé al de angustia que me generó su situación individual, su des-validez ante el mundo, e incluso me entraron ganas de llorar. Él ni se apercibió de mi presencia pese a estar enfrente aunque en el fondo espero que sintiera que alguién se dio cuenta que existía y que tenía presencia en éste mundo. Todavía hoy sigo dándole vueltas a las palabras para poder explicar que fue lo que se generó en mí aquel día y que desde entonces no se ha vuelto a repetir con nadie. Ése hombre no pedía ser visto, yo ni siquiera lo ví, pero algo me apercibió de su presencia y me hizo mirarlo; quiero diferenciar, como dije anteriormente, éste fenómeno de la rosa en la medida que en el Otro está implicado su ser-relativo-a-la-muerte, lo que implica un posicionamiento diferente respecto a él. Sólo he tratado de reivindicar como un hecho cotidiano puede exceder nuestras expectativas de la misma forma que uno de gran intensidad; es una experiencia parecida a la de Genet[1] en el tren con el hombre bigotudo, que le hizo sentir que cualquier hombre vale por otro y le produjo una desintegración de la individualidad, una náusea; a mí sin embargo el anciano me produjo una conciencia de responsabilidad, de hacerme-cargo que todavía perdura hoy en mi.
[1] Texto 13 de Jean Genet, “Lo que ha quedado de un Rembrandt roto a pedacitos y tirado al cagadero” en El objeto invisible.
domingo, 27 de abril de 2008
La histeria.
Ser el profesor de Psicología no es uno de lo inicios soñados por los interinos de Filosofía, ya sabemos que el mayor es comenzar a trabajar, pero una vez conseguido no tener ninguna asignatura de Filosofía es un poco frustrante, aunque se minimiza con la libertad de poder plantear las clases y filosofarlas un poco. De forma teórica se podría decir que mi planteamiento con la psicología se aproxima a la Psicología Comprensiva iniciada por Dilthey, que renunciaba a los contenidos objetivos e intentaba acercar la psicología hacia actividades mas "humanísticas" como las artes, la filosofía, la literatura, etc. En esta línea me muevo en las clases y las organizo "construyéndolas" sobre la marcha. Uno de los temas que más interes tiene de los varios que he tratado, es la histeria.
La palabra histeria proviene de "Hysteron", que en griego significa útero. Hipócrates, el conocido médico griego, asignó esté término a los síntomas de la histeria, que consideraba enfermedad exclusiva de las mujeres y a la que situaba en su origen en el útero femenino; la enfermedad se desplazaba desde el mismo al cerebro y generaba los síntomas de histeria. Actualmente se define la histeria como una neurosis que sufre un 1% de la población mundial; es una neurosis pero no es un delirio, que supone ruptura con la realidad, ni una disociación, un trastorno grave de la personalidad. Todos tenemos algún tipo de neurosis, cuya manifestación mas usual es la fobia; la neurosis-fobia se convierte en un trastorno cuando el mismo supone una merma de la vida diaria, una limitación a las relaciones sociales. El ejemplo más claro de persona neurótica es el protagonista de la pelicula " Mejor Imposible".
La histeria es una manifestación corporal de la angustia, que supone conversión; ello significa que la angustia no se expresa mediante síntomas o estrés psicológico, sino de forma corporal. Los síntomas corporales de la angustia son el resultado de un entramado simbólico-inconsciente; simbólico porque los síntomas reflejan situaciones estresantes causantes de la angustia, e inconsciente porque las personas que sufren los síntomas no saben que son reflejo y respuesta a las situaciones angustiosas. Dos ejemplos; una niñas de una escuela de México tienen síntomas de histeria; no pueden correr ni estar de pie (astasia-abasia), vomitan y tienen naúseas. El no poder correr es la respuesta simbólica del cuerpo a una actividad estresante de las niñas en la escuela, el correr por el campo descalzas. Del mismo modo, el vomitar y tener naúseas es su respuesta a la actividad de recoger estiercol de borregos con las manos. Los síntomas hablan por las niñas sin que ellas lo sepan, de ahí la inconsciencia y el simbolismo de la histeria. Otro ejemplo; muchos no conocemos que Hitler sufrió la muerte de su madre por un cáncer de mama; en un acto desesperado por salvarla permitió que se la tratase con yodoformo, que produce graves heridas. Ella murió con gran sufrimiento; de este hecho traumático y doloroso se deriva un inquietante simbolismo, la homofonía entre yod (yodo) y yud (judío), y entre gaz (gasa) y gas (gas). Hitler pudo asociar un momento traumático de su vida, la muerte de su madre, y que ello afectara en sus futuras decisiones sobre los judíos y las cámaras de gas.
La histeria es una enfermedad psicosomática, tiene un origen psicológico pero sus síntomas son biológicos. Se caracteriza por ser estructural-evolutiva, cambia con los tiempos y se adapta. Es una enfermedad que pervive en su estructura, pero su contenido expresa problemas asociados a la época concreta. De su estudio evolutivo se ocupa la etnosiquiatría; uno de los casos clásicos de histeria colectiva asociado a una determinada época es el tarentismo, que se daba en la Italia prerromana. Es el miedo atroz a un tipo de tarántula; el que dice haber sido picado por ella sufría convulsiones, se desnudaba arrancándose la ropa, etc. En aquella época había dos tipos de tarántula, y las personas sufían los síntomas anteriores cuando decían ser picados por la tarántula no venosa de las dos existentes, luego sus síntomas son expresion y excusa para sufrir una catarsis liberadora (purgación de pasiones) del estrés al que en aquella época erán sometidos, debido a un alto rigorismo sexual. En palabras de Freud, los síntomas son la expresión, la explosión, el resultado, de reprimir ciertas pulsiones sexuales. Como se ha podido ver en todos los ejemplos la histeria es una enfermedad asociada a contextos psicológicos especiales, caracterizados por el estrés y la angustia. En los ejemplos anteriores las situaciones angustiosas o estrsantes serían, en el caso de las niñas, el ambiente rigorista de la institución religiosa y sus prácticas anteriormente nombradas; en el caso de Hitler la angustia viene de la muerte de su madre, y de hechos asociados a la Primera Guerra Mundial, como su fín o la firma del Armisticio. Volveré a esto más tarde.
Además de una situación estresante la histeria se ceba con personas egocéntricas, histriónicas, mentirosas, artificiales, etc. Los síntomas de la histeria son reversibles, pueden desaparecer com si nada, y se caracterizan pos su paroxismo, por ser exagerados y caprichosos. La histeria genera trastornos físicos y psiquícos. Hitler sufría muchos de los síntomas psíquicos característicos de los histéricos; convulsiones y parálisis en el brazo izquierdo, y ceguera. Como dije antes los síntomas pueden desaparecer y así ocurrió en el caso de Hitler, por lo que queda descartado su origén biológico, pues sino se mantendrían. Todos los síntomas desaparecieron, pero volvieron cuando de produjeron los dos momentos estresantes, el complot para asesinarle que acabó con compañeros y la derrota de Stalingrado. Volvieron las convulsiones y la parálisis al brazo izquierdo. Le ceguera desapareció, pero volvió tras la firma del Armisticio, lo que sirve para unirla a este hecho y suponer que tiene origen psicológico, no físico, permanente. Las niñas sufrieron todas los mismos síntomas y una vez que fueron dejando la institución se comenzaron a reponer.
En cuanto a los sexos, de todos los casos la histeria la sufre un 90% de mujeres y un 10% de hombres, quienes a los síntomas anteriores suman otros como la exaltación de la virilidad, la hipocondría, el consumo de alcohol y problemas sexuales (disfunción, problemas de erección, etc).
El tratamiento de la enfermedad no es fácil de aplicarlo, no debido a su dificultad, sino a que en la mayoría de los casos de histeria no se diagnostica como tal, ya que se busca un tratamiento en base a un origen biológico no psicológico de los síntomas. Por ello uno de los tratamientos más usuales son los ansiolícos que no eliminan la causa, solo aturden al enfermo para mitigar la expresión de sus síntomas, que no eliminarlos. Los tratamientos usuales son las terapias, que son varias en función del origen de la enfermedad, grupal, familiar, comportamental o cognitiva. La terapia psicoanalítica es otro de los tratamientos, y ella le fue aplicada a Hitler en el sanatorio de Pasewalk, donde ingresó tras ser gaseado en la Primera Guerra Mundial, para curarlo de su ceguera. El psicolanalista que lo trató era el doctor Edmund Forster, que aplicaba el psicoanálisis de forma peculiar, pues buscaba el origen de la enfermedad en el enfermo, al que pretendía curar culpabilizándolo de sus síntomas. En el caso de Hitler le curó la ceguera luego ello confirma que su origen era psicológico. ¿Cómo lo hizo? Utilizó su patriotismo para curarle, lo sugestionaba. Le decía cosas como: "Si eres un patriota como es que te quejas, te haces el enfermo y no luchas". Utilizaba juegos de palabras con él: "Con una confianza ciega en sí mismo, usted dejará de estar ciego". Forster utilizó el patriotismo de Hitler para curarle, le hizo ver que un patriota de verdad no podia quejarse, debia luchar. A la vez que lo curó de la ceguera, lo alienó, pues le aumentó de tal manera el fanatismo que Hitler pasó de ser un patriota al uso a un fanático exaltado. El último de los tratamientos es el que yo he aplicado a mis alumnos; sí, he aplicado un tratamiento en clase y consiste en hacer que conozcan la enfermedad. Según los médicos, percatarse del problema, conocer y ser capaz de identificar la histeria, es la mejor manera de no sufrirla. En cierta forma no sólo a ellos, también al que lee esto se le está "vacunando" contra la histeria. La palabra y el conocimiento previen enfermedades, aunque no las más grave y la que más mata, la ignorancia. Os pongo la revista y los enlaces con las webs de donde he sacado la información; este artículo lo he explicado en una clase. Como veis, la libertad ma permite acercar la psicología a la filosofía y la historia, lo cual no es fácil pero sí atractivo.
Un saludo.
Bibliografía:
Revista Mente y Cerebro nº 17. "Las máscaras de la histeria". 2006
www.elporvenir.com.mx/notas.asp?nota_id=126344. Histeria colectiva: México.
www.con-versiones.com/nota0208.htm Hitler: ¿histérico? Diane Chauvelot.
LA VOZ Y LA HERIDA

“El eco de los cascos de la carga de Junín, que de algún eterno modo no ha cesado y es parte de la trama”; la erizada piel del hoplita de Maratón y la sensación deforme de ser la historia y la anécdota. Las palabras vuelven infinitas las cosas, o quizá lo infinito del lenguaje no sea sino la manera torpe de resolver el enigma del tiempo y su caprichoso ejercicio. Maratón se ha vuelto para mí una de las muchas descripciones de Herodoto, la furia de los atenienses émula metáfora de aquellos héroes ilíacos. El poema canta las hazañas y la totalidad y advierte: el pasado no es infinito o sí. Veo las fotos de algunos de los que murieron en la sofocada tarde californiana, el polvo de su casaca, y advierto, un poco más tarde, las palabras que eliminarán para siempre el frío de sus rostros y los convertirán en inrastreables Diomedeos, en huidizos Paris.
Es curioso que sean las palabras las que se encarguen de determinar qué grado de eternidad y de indeterminación merecemos. La navaja filosa y el puño pendenciero de Monk Eastmann sobreviven al trabajo del olvido en los fatigados versos de Borges. Desprovisto de todo aquello que lo hace trágico presiento que aquellos que hoy padecen en Abu Ghraib las iniquidades de los que exploran los límites de lo humano, perdurará en los versos alegóricos de algún poeta persa de dentro de cuatro siglos. El polvo y la palabra serán el silencio de la catástrofe. La belleza de los actos de Aquiles, el poderoso escudo contra la fatalidad y la miseria de aquellos que lo perdieron todo en Troya, de aquellos que apenas tuvieron el tiempo justo para convertirse en el blanco de la ira de un dios y en caótico polvo. Mi voz no cerrará ninguna herida, no la convertirá en bermeja oscuridad. En Irak como en Maratón, como en Junín, la gente que muere es de verdad. Su rostro es incómodo como la muerte. Mi palabra su espejo
Es curioso que sean las palabras las que se encarguen de determinar qué grado de eternidad y de indeterminación merecemos. La navaja filosa y el puño pendenciero de Monk Eastmann sobreviven al trabajo del olvido en los fatigados versos de Borges. Desprovisto de todo aquello que lo hace trágico presiento que aquellos que hoy padecen en Abu Ghraib las iniquidades de los que exploran los límites de lo humano, perdurará en los versos alegóricos de algún poeta persa de dentro de cuatro siglos. El polvo y la palabra serán el silencio de la catástrofe. La belleza de los actos de Aquiles, el poderoso escudo contra la fatalidad y la miseria de aquellos que lo perdieron todo en Troya, de aquellos que apenas tuvieron el tiempo justo para convertirse en el blanco de la ira de un dios y en caótico polvo. Mi voz no cerrará ninguna herida, no la convertirá en bermeja oscuridad. En Irak como en Maratón, como en Junín, la gente que muere es de verdad. Su rostro es incómodo como la muerte. Mi palabra su espejo
viernes, 25 de abril de 2008
TRAS EL ESPEJO, EL OTRO
No deja de ser curioso, que una de las funciones que debe desempeñar la filosofía en el Bachillerato y que ahora releo en el decreto 208/2002 sea la de propiciar una actitud reflexiva y crítica, un pensamiento autónomo, a fin de cuentas generar una sociedad compuesta por individuos. Sobre todo cuando el presente que compartimos se ha empezado a caracterizar por un viaje inacabable hacia lo comunitario. La soledad del ciudadano ya se ha solapado por la agradable compañía de aquellos que como tú comparten la misma euforia por el Madrid o el Barca, la misma animadversión por los catalanes o por los vascos, la misma beligerancia contra aquellos que adoran o no, a según que dios subsidiario o verdadero.
Dice Amartya Sen que la identidad es un concepto plural regido por la elección razonada y en libertad de la relevancia que queremos otorgar, en según qué circunstancias, a una determinada forma de ser “nosotros”; algo de eso también dice Borges en la mayoría de sus cuentos. El futuro de la democracia depende en, última instancia, del fomento de esa pluralidad interna que reside en cada uno de nosotros, del desarrollo del debate razonado, del conflicto de argumentos, y del destierro del destino “inevitable”, que parece ser el paradigma de algunos a la hora de comprender la historia cultural y las distintas comunidades que habitan el mundo. Pese a todo, parece ser la excepción que confirma la regla, la breve aparición de un pensamiento incómodo. Se ha vuelto incoherente todo aquello que simplemente responde a la objetividad. No se puede ser del PSOE y estar de acuerdo con Gallardón, no se puede ser del PP y estar de acuerdo con las políticas sociales del PSOE. Es quizá el razonamiento público lo que nos incomoda. Se está mucho más a gusto tras la cimitarra y la arenga de un líder más o menos carismático, tras el respaldo de once, diez o cinco millones de obedientes soldados cívicos como tú. Cuidado lector, porque tras el discurso furioso, espera el campo de batalla, y el destino “inevitable” de tu cuerpo: la avidez carnívora de los buitres.
Dice Amartya Sen que la identidad es un concepto plural regido por la elección razonada y en libertad de la relevancia que queremos otorgar, en según qué circunstancias, a una determinada forma de ser “nosotros”; algo de eso también dice Borges en la mayoría de sus cuentos. El futuro de la democracia depende en, última instancia, del fomento de esa pluralidad interna que reside en cada uno de nosotros, del desarrollo del debate razonado, del conflicto de argumentos, y del destierro del destino “inevitable”, que parece ser el paradigma de algunos a la hora de comprender la historia cultural y las distintas comunidades que habitan el mundo. Pese a todo, parece ser la excepción que confirma la regla, la breve aparición de un pensamiento incómodo. Se ha vuelto incoherente todo aquello que simplemente responde a la objetividad. No se puede ser del PSOE y estar de acuerdo con Gallardón, no se puede ser del PP y estar de acuerdo con las políticas sociales del PSOE. Es quizá el razonamiento público lo que nos incomoda. Se está mucho más a gusto tras la cimitarra y la arenga de un líder más o menos carismático, tras el respaldo de once, diez o cinco millones de obedientes soldados cívicos como tú. Cuidado lector, porque tras el discurso furioso, espera el campo de batalla, y el destino “inevitable” de tu cuerpo: la avidez carnívora de los buitres.
EL CARDENAL ROUCO Y LA GÉNESIS DEL TERRORISMO
Aristóteles en el libro VII de su Ética a Nicómaco contraponía a la disposición moral a la brutalidad una “virtud sobrehumana, heroica y divina”. El único supuesto que salvaba a semejante propuesta teórica de acabar definiendo al hombre como ínclito en la brutalidad era precisamente la división del ser humano en su sentido físico y en su sentido cultural: “(el hombre brutal) se da principalmente entre los bárbaros; y a veces, asimismo, como consecuencia de enfermedades y mutilaciones. También aplicamos esta expresión ultrajante a los que por su maldad sobrepasan los límites humanos”. La brutalidad se había reducido al instinto más animal que aún alimentaba las acciones de aquellos hombres que no conocían la civilización. Solo la cultura contrarresta la barbarie, y por ende es fuera de sus límites donde únicamente podemos encontrarla, es pues la enfermedad o la irracionalidad lo que la explican; ninguna sociedad racional podría, según Aristóteles, albergarla en su seno. Es a raíz de dicha concepción como surge, en el ideario occidental, la idea de monstruo, o mejor dicho de “monstruo humano”. En palabras de Foucault: “la noción de monstruo es esencialmente una noción jurídica”. Y así es, la noción de monstruo surge para diferenciar aquello de lo que la ley puede dar cuenta, de aquello de lo que en virtud de su monstruosidad solo pueden dar cuenta las medidas excepcionales. Aristóteles se situa en este ámbito de demarcación y pese a que en un primer momento, la brutalidad acontecía dentro de la disponibilidad humana, acaba convirtiéndose en el límite legal y natural del ser humano; acaba convirtiéndose en un arma legal para justificar y edulcorar los actos violentos de las sociedades presuntamente racionales (tanto en el ámbito particular como en el internacional) y excluir y valorar bajo el concepto de “inhumano” los de aquellos que en principio nada comparten con nuestra cultura. El acto del monstruo deja a la ley sin voz, a la política en estado de naturaleza y al individuo indefenso ante los lobos.
La división entre ciudadanos y bárbaros aún opera en las estructuras mentales de algunos individuos así como en los discursos de algunas instituciones y gobiernos. Entre otras cosas porque es eficaz a la hora de elaborar políticas y justificar atrocidades. El ser humano cultural, racional, occidental no es capaz, según dicho discurso, de la monstruosidad (algo que por ejemplo Foucault pone en tela de juicio y ejemplos no le faltan: el caso de la mujer de Lagestat, completamente sana y que se comió a su hija porque tenía hambre, el propio holocausto judío perpetrado por los nazis a priori nada enfermos), sus hechos son susceptibles de ser juzgados, de ser evaluados y condenados dentro de un organigrama racional. Como contrapartida, el discurso oficial propone a otro grupo de seres, llamémosles “humanoides” en tanto que comparten nuestras características físicas que están allende la ley. Contra ellos no cabe jurisdicción alguna, los gobiernos efectúan su derecho natural hobbesiano a la guerra, pues como dijera el ilustre Hobbes: entre Estados la ley que impera es la del más fuerte. Es la consecuencia de entender la barbarie como trascendente a la cultura, hecho que acaba dejando a la atrocidad interna sin explicación y legalizando las acciones brutales contra aquellos que presumiblemente ostentan la etiqueta de bárbaros del siglo XXI
Es quizá por eso, por ese doble rasero con el que se miden las acciones y las ideas, por esa pretendida ausencia de brutalidad que se atribuyen a aquellos paladines de la razón en contra de los que supuestamente confabulan contra occidente en un sin fin de cuevas, por lo que algunos religiosos acaban copando el sospechoso top de creadores del terrorismo yihadista y otros sencillamente bautizan a princesas herederas con el boato que un acontecimiento de tal magnitud requiere. Sí, porque lo que se le escapaba a Aristóteles y que Foucault subrayaba, es que la brutalidad lejos de ser un límite, es más un arma para la hegemonía de algunas categorías; y que las ideas, lejos de diferenciarse según el contexto y la voz que las profieren están llenas de similitudes si generan el mismo contenido.
Es por eso por lo que quiero resaltar, el ideario que propone día sí, día también, un peligroso funcionario de una red no menos peligrosa llamado Antonio María Rouco Varela. El 18 de Noviembre de este 2007 ante el IX Congreso Católicos y Vida Pública dejó unas cuantas perlas en su conferencia: “Exigencia y compromiso del católico en la vida pública”. Rouco defendió: “un espacio público en el que la fe pueda ser mostrable con libertad y en libertad”, añadiendo: “El católico no debe limitarse a ser un fiel cristiano, sino alguien que vive su vocación secularmente, es decir, en el mundo” ¡¡¡Cuidado!!! señor Rouco con lo que se dice, y alerta porque ya San Agustín le ha sacado tarjeta roja. Con esta propuesta se aleja usted de la visión ascética del cristianismo, de ese primer mensaje de Cristo, y se acerca paradójicamente a las posturas adoptadas por el reformismo musulmán del siglo XIX. Los Al Afgani, Mohamed Abduh y Rashid Rida compartirían su visión de la religiosidad social. Su propuesta es que el cristianismo y los cristianos irrumpan en la vida social desde la fe, que ocupen el sitio que histórica y legítimamente les pertenece, olvidando que la sociedad no se compone de laicos y cristianos, como establecieran los Inocencios que en la historia fueron, sino de ciudadanos. Su apelación a que la cristianitas devore con su dinamismo público los desastres que acarrean a España el laicismo, y una sociedad “sin Dios”, no son más que consignas que abogan indirectamente hacia un Estado confesional: Al Banna (fundador de los Hermanos Musulmanes) no podía haberlo dicho mejor!!!!
Según Rouco el gobierno le ha dado la espalda “a la ley natural”; una ley natural que según la Conferencia Episcopal se rige por la revelación que algunos privilegiados obtuvieron y que posee una fuerza punitiva superior a la política. De nuevo peligro señor Rouco, facciones como Al- Yihad en Egipto exigen exactamente lo mismo que usted. Su afirmación de una “ciudadanía cristiana” militante no se aleja en mucho de la propuesta de Hassan Al Banna cuando se crearon los Hermanos Musulmanes. De hecho ese era el principio rector del reformismo, una revolución educativa desde la base que acabara generando una sociedad comprometida con Dios y con el mensaje del Islam, sin que por ello se exigiera un Estado islámico (eso sería algo que vendría después fruto de la represión de los gobiernos nacionalistas y del daño cultural e identitario que provocó el colonialismo): “La vida pública no se ciñe a la vida política, implica a toda la sociedad”, palabras de Rouco que bien podrían ir firmadas con la pluma de Sayyid Qutb.
Según Rouco las dificultades que tienen los católicos para desarrollarse en España son el laicismo radical y el relativismo que niega la existencia de una verdad moral. Moral que Alfredo Dagnino presidente de la ACdP considera, en un alarde de ignorancia supina, vital para la democracia. Precisamente esa, es la misma enfermedad que los reformistas veían en el Islam y en los movimientos nacionalistas, así como en los gobiernos que padecían. ¿Por qué entonces Al Afgani, Mohamed Abduh, Rashid Rida, Al Nursi, Ibn Badis, Al Banna o Sayyid Qutb son etiquetados como los padres teóricos del actual terrorismo yihadista (mal llamado islamista) y el señor Rouco Varela, goza de la impunidad que este extraño país concede a los funcionarios de Dios? ¿Por qué se da la señal de alarma con semejante discurso islamista cuando dentro de nuestras fronteras se proponen mensajes similares o incluso más radicales desde la Conferencia Episcopal?
Ambos discursos proponen la socialización del fenómeno religioso, una relevancia mayor para los dogmas, una resurrección de Dios para la vida pública que algunos como Dante, Ockham, Juan de Paris o Marsilio de Padua ya habían, merced a su inteligencia desterrado para siempre del mapa político; ambos discursos atentan claramente contra la democracia entendida como el ámbito de la discusión pública y la tolerancia desde la igualdad (no como algunos confunden desde el respeto y la integración de los distintos estratos sociales y religiosos al amparo de un dogma institucional). Los discursos de los reformistas musulmanes, incluido el de Qutb que se radicalizó tras su experiencia en la cárcel, no incitaban a la violencia, aunque contengan en germen ideas susceptibles de ser malinterpretadas (como en su día lo fueron las del malogrado Nietzsche) y capaces por ende de movilizar a los adeptos de la fe a derrocar gobiernos ilegítimos. Tampoco está la violencia incluida en el discurso del señor Rouco a pesar de ser milimétricamente similar al de los anteriores. La única diferencia estriba en que Rouco y compañía no han tenido un Nasser que los torture y los persiga, ni colonialismo que los subyugue, y no han comprobado como esa causa externa modula el discurso hasta legitimar para algunos radicales, actos de una violencia extrema, ya sea contra los propios gobiernos (“que atentan contra la ley natural y olvidan al Dios verdadero” Rouco) como por ejemplo el asesinato de Saddat, como contra objetivos externos como los casos paradigmáticos de Nueva York o Madrid. Es por eso por lo único por lo que Rouco sigue teniendo legitimidad intelectual y Qutb es desterrado al ostracismo de las ideas. Los tipos del turbante siguen siendo para algunos, bárbaros de monstruosidad sin límites, portadores de ideas peligrosas. Desde occidente se sigue persiguiendo un cierto tipo de ideas por considerarlas causa primera de las acciones del principal enemigo al que en la actualidad se enfrenta, mientras se obvia de forma miserable aquellos discursos que sí atentan contra la democracia y que en un futuro podemos lamentar no haber escrutado bajo una óptica más objetiva.
La división entre ciudadanos y bárbaros aún opera en las estructuras mentales de algunos individuos así como en los discursos de algunas instituciones y gobiernos. Entre otras cosas porque es eficaz a la hora de elaborar políticas y justificar atrocidades. El ser humano cultural, racional, occidental no es capaz, según dicho discurso, de la monstruosidad (algo que por ejemplo Foucault pone en tela de juicio y ejemplos no le faltan: el caso de la mujer de Lagestat, completamente sana y que se comió a su hija porque tenía hambre, el propio holocausto judío perpetrado por los nazis a priori nada enfermos), sus hechos son susceptibles de ser juzgados, de ser evaluados y condenados dentro de un organigrama racional. Como contrapartida, el discurso oficial propone a otro grupo de seres, llamémosles “humanoides” en tanto que comparten nuestras características físicas que están allende la ley. Contra ellos no cabe jurisdicción alguna, los gobiernos efectúan su derecho natural hobbesiano a la guerra, pues como dijera el ilustre Hobbes: entre Estados la ley que impera es la del más fuerte. Es la consecuencia de entender la barbarie como trascendente a la cultura, hecho que acaba dejando a la atrocidad interna sin explicación y legalizando las acciones brutales contra aquellos que presumiblemente ostentan la etiqueta de bárbaros del siglo XXI
Es quizá por eso, por ese doble rasero con el que se miden las acciones y las ideas, por esa pretendida ausencia de brutalidad que se atribuyen a aquellos paladines de la razón en contra de los que supuestamente confabulan contra occidente en un sin fin de cuevas, por lo que algunos religiosos acaban copando el sospechoso top de creadores del terrorismo yihadista y otros sencillamente bautizan a princesas herederas con el boato que un acontecimiento de tal magnitud requiere. Sí, porque lo que se le escapaba a Aristóteles y que Foucault subrayaba, es que la brutalidad lejos de ser un límite, es más un arma para la hegemonía de algunas categorías; y que las ideas, lejos de diferenciarse según el contexto y la voz que las profieren están llenas de similitudes si generan el mismo contenido.
Es por eso por lo que quiero resaltar, el ideario que propone día sí, día también, un peligroso funcionario de una red no menos peligrosa llamado Antonio María Rouco Varela. El 18 de Noviembre de este 2007 ante el IX Congreso Católicos y Vida Pública dejó unas cuantas perlas en su conferencia: “Exigencia y compromiso del católico en la vida pública”. Rouco defendió: “un espacio público en el que la fe pueda ser mostrable con libertad y en libertad”, añadiendo: “El católico no debe limitarse a ser un fiel cristiano, sino alguien que vive su vocación secularmente, es decir, en el mundo” ¡¡¡Cuidado!!! señor Rouco con lo que se dice, y alerta porque ya San Agustín le ha sacado tarjeta roja. Con esta propuesta se aleja usted de la visión ascética del cristianismo, de ese primer mensaje de Cristo, y se acerca paradójicamente a las posturas adoptadas por el reformismo musulmán del siglo XIX. Los Al Afgani, Mohamed Abduh y Rashid Rida compartirían su visión de la religiosidad social. Su propuesta es que el cristianismo y los cristianos irrumpan en la vida social desde la fe, que ocupen el sitio que histórica y legítimamente les pertenece, olvidando que la sociedad no se compone de laicos y cristianos, como establecieran los Inocencios que en la historia fueron, sino de ciudadanos. Su apelación a que la cristianitas devore con su dinamismo público los desastres que acarrean a España el laicismo, y una sociedad “sin Dios”, no son más que consignas que abogan indirectamente hacia un Estado confesional: Al Banna (fundador de los Hermanos Musulmanes) no podía haberlo dicho mejor!!!!
Según Rouco el gobierno le ha dado la espalda “a la ley natural”; una ley natural que según la Conferencia Episcopal se rige por la revelación que algunos privilegiados obtuvieron y que posee una fuerza punitiva superior a la política. De nuevo peligro señor Rouco, facciones como Al- Yihad en Egipto exigen exactamente lo mismo que usted. Su afirmación de una “ciudadanía cristiana” militante no se aleja en mucho de la propuesta de Hassan Al Banna cuando se crearon los Hermanos Musulmanes. De hecho ese era el principio rector del reformismo, una revolución educativa desde la base que acabara generando una sociedad comprometida con Dios y con el mensaje del Islam, sin que por ello se exigiera un Estado islámico (eso sería algo que vendría después fruto de la represión de los gobiernos nacionalistas y del daño cultural e identitario que provocó el colonialismo): “La vida pública no se ciñe a la vida política, implica a toda la sociedad”, palabras de Rouco que bien podrían ir firmadas con la pluma de Sayyid Qutb.
Según Rouco las dificultades que tienen los católicos para desarrollarse en España son el laicismo radical y el relativismo que niega la existencia de una verdad moral. Moral que Alfredo Dagnino presidente de la ACdP considera, en un alarde de ignorancia supina, vital para la democracia. Precisamente esa, es la misma enfermedad que los reformistas veían en el Islam y en los movimientos nacionalistas, así como en los gobiernos que padecían. ¿Por qué entonces Al Afgani, Mohamed Abduh, Rashid Rida, Al Nursi, Ibn Badis, Al Banna o Sayyid Qutb son etiquetados como los padres teóricos del actual terrorismo yihadista (mal llamado islamista) y el señor Rouco Varela, goza de la impunidad que este extraño país concede a los funcionarios de Dios? ¿Por qué se da la señal de alarma con semejante discurso islamista cuando dentro de nuestras fronteras se proponen mensajes similares o incluso más radicales desde la Conferencia Episcopal?
Ambos discursos proponen la socialización del fenómeno religioso, una relevancia mayor para los dogmas, una resurrección de Dios para la vida pública que algunos como Dante, Ockham, Juan de Paris o Marsilio de Padua ya habían, merced a su inteligencia desterrado para siempre del mapa político; ambos discursos atentan claramente contra la democracia entendida como el ámbito de la discusión pública y la tolerancia desde la igualdad (no como algunos confunden desde el respeto y la integración de los distintos estratos sociales y religiosos al amparo de un dogma institucional). Los discursos de los reformistas musulmanes, incluido el de Qutb que se radicalizó tras su experiencia en la cárcel, no incitaban a la violencia, aunque contengan en germen ideas susceptibles de ser malinterpretadas (como en su día lo fueron las del malogrado Nietzsche) y capaces por ende de movilizar a los adeptos de la fe a derrocar gobiernos ilegítimos. Tampoco está la violencia incluida en el discurso del señor Rouco a pesar de ser milimétricamente similar al de los anteriores. La única diferencia estriba en que Rouco y compañía no han tenido un Nasser que los torture y los persiga, ni colonialismo que los subyugue, y no han comprobado como esa causa externa modula el discurso hasta legitimar para algunos radicales, actos de una violencia extrema, ya sea contra los propios gobiernos (“que atentan contra la ley natural y olvidan al Dios verdadero” Rouco) como por ejemplo el asesinato de Saddat, como contra objetivos externos como los casos paradigmáticos de Nueva York o Madrid. Es por eso por lo único por lo que Rouco sigue teniendo legitimidad intelectual y Qutb es desterrado al ostracismo de las ideas. Los tipos del turbante siguen siendo para algunos, bárbaros de monstruosidad sin límites, portadores de ideas peligrosas. Desde occidente se sigue persiguiendo un cierto tipo de ideas por considerarlas causa primera de las acciones del principal enemigo al que en la actualidad se enfrenta, mientras se obvia de forma miserable aquellos discursos que sí atentan contra la democracia y que en un futuro podemos lamentar no haber escrutado bajo una óptica más objetiva.
BIENVENIDA
El impostor Tom Castro no fue quizá ni la mera sombra del engaño. Su ejercicio fue tan fútil como irrisorio. Su incapacidad para el engaño lo mostró tal cual era. Esa es quizá la única intención de este blog, la de mostrar las cosas tal como son, o al menos, no convertirlas en un juego de marcadas intenciones. La política, la filosofía, la literatura, en fin el ser humano y todo aquello que lo rodea, son quizá el marco de referencia de estas publicaciones. Espero que este reducido espacio, se convierta en una fuente de dialogo, y en una oportunidad de oir y expresar ideas.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)