viernes, 21 de octubre de 2011

MAQUIAVELO, HUME...LIBIA

Si hay algo que me fascina de Hume y Maquiavelo es la capacidad que ambos tuvieron para crear nuevas categorías capaces de dar respuesta a las variaciones que los acontecimientos de su tiempo infligían sobre los viejos dogmas. Sirva como ejemplo de esto último la profundidad del escocés cuando, a contracorriente, negaba en uno de sus ensayos el patrimonio exclusivo del florecimiento y desarrollo de la cultura a las democracias y ampliaba el terreno fértil para las mismas a las monarquías absolutistas como la francesa en un aviso para navegantes insólito. En sus palabras, en su amor a las letras francesas había algo más que una concesión. Dentro palpitaba una intuición política genial, una novedad antropológica: el refinamiento del hombre no dependía ya de su régimen, sino que, ajeno al mismo, o precisamente como su más beligerante respuesta, era capaz de desarrollarse autónomo. Acababa así con uno de los principales argumentos en favor de las repúblicas y de los “regímenes de la libertad”, y emplazaba a su vez a los teóricos a encontrar nuevas formas de defender la libertad y la constitución inglesas. Maquiavelo, Aristóteles, Tucídides...desacreditados en un par de líneas, y el mundo, de nuevo, por reinterpretar. Una turba zarandea a Gadafi. El que otrora fuera azote de una población servil, sumisa y resignada, se mecía ahora desorientado en la sangre; aferrado y lleno de miedo parecía arañar en vano el tiempo breve del último minuto de su vida. En ese momento alguien desata la pasión de Talión y empuña el arma que servirá de Caronte al dictador. Su ejecución, el acto infame, se vuelven origen en el vertiginoso ir y venir de las imágenes del móvil que es testigo inesperado de la Historia. Será esa imagen y no otra la que los libios verán en el origen de su nuevo estado, y esto último no es baladí. Solo los siglos transforman la violencia en poder legítimo. Eso al menos creía Maquiavelo. Sin embargo nuestro tiempo no goza de la amnesia del renacimiento; en nuestro presente no funciona ya ese paradigma. Nuestro presente está habilitado para rescatar en cualquier momento el archivo originario, la imagen real que disuelve el “mito nacional” de un plumazo. ¿Entonces? Cualquiera que haya leído algo de filosofía política sabe que no hay mejor origen para una democracia, para volverla estable, que una experiencia procedimental justa (en la medida de lo posible); Estados Unidos es sin duda el mejor ejemplo. De no ser así, suponemos que el régimen puede transformarse con el tiempo, con el olvido de la violencia primera y adquirir la forma de la democracia merced a un aprendizaje moral mediado por la convivencia pacífica (dependa de quien dependa la paz –soberano o sociedad civil-). ¿Entonces? ¿Ahora? Libia (como ya lo hace y con una semejanza mayor el capitalismo totalitario chino) acabará desafiando, como la Francia de Hume, nuestras categorías si se convierte en una democracia (huelga decir que no solo Libia, sino toda la primavera árabe supone, bajo mi opinión, este desafío). Porque sería entonces una democracia fundada en una ejecución tirana de la que su pueblo no podrá escapar siquiera con el tiempo (a diferencia de otros pueblos a los que el olvido ha trabajado hasta hacerles convivir en paz). Una democracia, una revolución tutelada, una soberanía con débito y por supuesto una verdadera incógnita y, por qué no, un desafío para los postulados morales de Europa, que nos invita a volver a los clásicos, a revisar sus presupuestos y con ellos los de la propia ciencia política. ¿Tiene el deber la comunidad internacional de aplicar la justicia contra los rebeldes que “ajusticiaron” al dictador? O, por el contrario, ¿debemos, una vez el objetivo se ha cumplido, dejar a los libios ejercer su autodeterminación como prefieran, elijan o se autoimpongan? ¿Qué nueva fórmula de cooperación surgirá sobre esas bases llenas de violencia? ¿Debemos tutelar el proceso? Nuestro cometido como filósofos es sin duda reformular los argumentos para defender la convivencia pacífica, la libertad igual para todos, y la distribución equitativa fundada en la dignidad del ser humano por el mero hecho de ser un agente moral. Nuestro deber es, si cabe, mejorar el mundo de esta forma, dotándole de mejores herramientas para autoconvencerse de seguir los principios básicos de la justicia. Origen, fin y conservación. Esos eran los problemas a los que se enfrentaban los filósofos en la modernidad. Hoy, siguen siendo los mismos, tan solo ha cambiado su objeto, ya no se trata del Estado por el Estado, sino de la Democracia como concepto universal por la Democracia. Dejémosle entonces al futuro mejores y más eficaces parapetos para los nuevos peligros. Analicemos el presente bajo el prisma de los “clásicos” hasta volverlos obsoletos.

martes, 18 de octubre de 2011

17 OCTUBRE: NO PIENSEN EN UN ELEFANTE AZUL

“Si Napoleón hubiese atravesado con un sable a su santa esposa…no hablaría usted de ningún gran estratega, ni se fascinaría de tan perturbadora personalidad, ni vería en su ambición el paradigma de la voluntad y la persistencia humanas”. En las iniquidades del malogrado Henry McCarty (Billy el Niño) se suscitan las mismas controversias, los mismos desencuentros, ambos perpetrados por lo caprichoso del lenguaje. Alguien neutral, ajeno al menos a la tragedia de la sangre, elabora el personaje, genera el mito, lo desnuda de miserias (no siempre eliminándolas del sujeto, tan solo transformándolas con la metáfora), y resuelve el crimen en mito, la muerte en destino último, y los actos azarosos y malvados en una bella trama. Es, al menos eso parece, la suerte inevitable del crimen para la historia: volverse “Historia”. Ocurre en cada verso de Homero con la carnicería troyana, ocurre en las acertadas imágenes del imaginario nibelungo, y ocurrirá más tarde o más temprano con nuestros cadáveres y sus verdugos; desaparecerán el dolor real, la sangre real, la pérdida real, y quedarán los sintagmas, los giros ficcionales, la escena final de cualquier buen largometraje; y en el cerebro, tan sólo, una delicada estética que nada tiene que ver ya con su referente. Sin embargo, no es eso lo más doloroso para la víctima. Su olvido final empieza cuando los demás asumimos el discurso, cuando integramos los ritmos de la épica en nuestro día a día, cuando miramos con admiración al chico malo que vivió rápido y tuvo el revólver fácil, aplaudimos un indulto histórico basado precisamente en eso, en que los hechos son “demasiado históricos”. Algo así parece estar pasado en Euskadi. Alguien se ha dado cuenta de que si el crimen se cuenta de mil formas acaba desapareciendo; se acaba transformando en algo distinto, y sus actores principales con él. Felizmente uno pasa de asesino a “histórico de la lucha abertzale”, de criminal a “sujeto activo de un proceso histórico”. De repente, los actos delictivos unilaterales contra el estado de derecho se describen como conflicto armado. Lo que ayer no era sino cruel irracionalidad, el lenguaje los convierte en piezas de un puzle a punto de completarse, ofreciendo así legitimidad “histórica” a la nuda violencia. Y en estas aguas, nosotros, inmersos en esa singular gramática, volvemos, inevitablemente, a pensar, contra nuestra voluntad, en un elefante azul. El acto delictivo se convierte en ventaja por el mero hecho de haberse cometido, de repetirse en el tiempo; el gansterismo ominoso adquiere carta de naturaleza, se vuelve identidad, status y desde él se razona y se habilita el diálogo; el asesino parte como asesino, y los demás asumimos que si promete portarse bien, merece recompensa. La violencia nunca debería prescribir. Ocurre como en las privadas venganzas amorfas en los pequeños pueblos de la España profunda bajo el amparo de la dictadura. Esas cunetas no deberían prescribir. Igual pasa con todos esos que ahora parecen querer inocular en nuestro lenguaje que lo suyo fue una especie de guerra “justa” de igual a igual, y que las víctimas son de todos y abundan por doquier en ambos bandos. Esa ignominia no puede prescribir, no puede transformarse en “acto histórico”, no puede ofrecerles en el futuro el amparo del que gozan criminales de igual calado. Creo profundamente en la paz, en la democracia, y tengo a su vez la certeza de que Henry McCarty era un maldito asesino.

domingo, 16 de octubre de 2011

LA CERTEZA DE FINK

Las emitieron como un lógico desenlace. Durante semanas se habían alternado momentos de injustificada euforia con otros de oscuro abatimiento. En los foros, en la calle, en los platós, todos padecían ambos sentimientos y un tercero de indiferencia y saturación. Una fría trivialidad propia de nuestro tiempo, fruto de un exceso de consternación, de un sistema defensivo contra la mentira. Pese a todo, todos cedieron su indignación a aquellos segundos; todos ofrendaron su tristeza ante los restos de aquel joven cadáver. En la pantalla aparecía la sangre desorientada junto a la carne gelatinosa. En el margen se sucedían las imágenes de la chica; un macabro álbum de fotos que en su memoria compartía un último momento con la criatura que yacía en el descampado. No les pareció grotesco. Reconozco que ni a mi ni a Mario nos lo pareció; tampoco al resto. Habíamos estado hablando casi toda la tarde de Melville y ni siquiera habíamos leído Buterbly. Yo al menos recordaba algo de las anécdotas del viejo Zack y por referencia tenía en mi poder algunas interpretaciones magistrales del Benito Cereno. Pero estaba bien, la tarde era así, siempre era así. No seguí con excesiva atención la búsqueda de aquella pobre infeliz, pero me volví incapaz de no atender a las distintas novedades que se daban sobre el caso. Ya habían encarcelado a un par de desgraciados mientras los debates proliferaban sobre el tipo de pena, el perfil psicológico de los asesinos, las deficiencias del sistema penitenciario, la labor policial etc. Aquella joven se había ido extendiendo como una metástasis acabando con el Melville y el Poe de mis tardes. Aquella iniquidad se había agarrado con extrema ferocidad a mi café con Eugen. Parecía extraño de lo simple que era. Eugen decía que uno ya espera algo más retorcido, más elegante. No se esperan tantos meses para un asesinato de mierda. Confiábamos en que aquellos dos inútiles tuvieran una buena historia. Una de esas desviaciones mentales y alucinatorias. Porque yo imaginaba al principio que la chica había matado a su padre y que la madre andaba con ella y que luego se deshizo del cadáver en el lugar del primer crimen. Luego, como todo el mundo, imaginé que era un montaje televisivo con un asesinato real. Habían matado al padre y secuestrado a la niña y dosificaban la noticia. Pero resulta que dos pelotudos entraron a robar y cagaron la mayor chapuza de la historia y se largaron. Es injusto. No tenían que haber emitido las imágenes desde el principio. Así ninguno hubiésemos fabulado la casuística de aquella aberración. Toda aquella resignación. La certeza de que había sido la realidad la que había ganado la partida. Todos se sentían defraudados. La respuesta estaba allí, en todos los detalles. El aroma del rumor en la calle desapareciendo… en pocas semanas dejamos de hablar de aquello, lo dimos por clausurado, todos teníamos nuestra historia. La conversación con Fabio en el café Dumont, pese a todo, fue reveladora. ¿Por qué refería aquellos datos? La conspiración televisiva, la propaganda, el truco. Yo lo había pensado así también; como un ejercicio a largo plazo cuyo éxito dependería del número de individuos que participaran del engaño. ¿Y si fueran todos? Y si todos fuésemos cómplices inconscientes del asesinato. ¿Y si no fuera sólo eso? Mario sólo habla de lo pobre de la historia. Imagino al asesino versionando las múltiples complejidades del futuro e ideando el plan. Un plan perfecto, un plan que se oculta a la vista de todos. Todo aquello que salía en los diarios. Todos parecían tener una gran respuesta y siempre, tras cada una de ellas, se habría un interrogante. Toda aquella información infinita obrando el escondite, dejando cualquier posibilidad como la correcta. Los dos tipos. Había demasiadas lagunas en esa versión. Claro. Todo expuesto. Un cadáver y una maquinaria haciendo dinero, eliminando sospechosos, ofreciendo móviles para el crimen en cada corte de publicidad. La gente decepcionada, aquellos dos imbéciles… yo hablando continuamente de un crimen; de la chica; visualizando en todo momento el lugar y los golpes, la violación y sus gritos, su sangre en mi rostro y su mirada vidriada de pánico. Calculando el momento justo para llamar a la prensa y dar la información de una joven desaparecida. El momento exacto en el que hacer pública la grabación. El segundo en el que hacerle cómplice. Mario sigue ajeno apurando la cerveza, ignora que está a punto de oír una confesión.

viernes, 14 de octubre de 2011

LA VIEJITA


Ya conocés la historia, siempre
andás dándome la vuelta para que la refiera. Parece como si solo con escucharla
ya se os vinieran las ganas de oírla de nuevo. Bueno ya sabés, la viejita no
paraba de decir disparates uno tras otro. Era como esta noche, escribiendo,
escuchando la película con vos y Rosa en el piso. Pareciera como si de repente
su cerebro fuese capaz de un discurso total; incoherente para nosotros; como si
su palabra procediera con extremada claridad a despejar un incomprensible
referente, no sé, algo simultáneo; como si el verbo viese de verdad la cosa y
vos no reconocieras más que extrañas formas; igual solo estaba loca y ya está;
la viejita que iba y venía. Pobre viejita. Yo imaginaba que decía las cosas que
pasarán, las que pasaron, o las que quizá, lejanas, ocurrían en el instante
preciso en el que las escuchábamos. Se transformaba. Era capaz de
contextualizarse siete años atrás, veinte o cuarenta y pasar el día conversando
con aquellos que murieron, manejando objetos pretéritos. Su cerebro olvidaba el
futuro, el presente. La viejita era fascinante a ratos; otras veces me parecía
una desdibujada derrota, un fantasma cartesiano en busca de una certeza, un
alma olvidadiza encerrada en miles de cuerpos. Siempre diferente la viejita.
Pobre.

No la conozco si es por eso por
lo que preguntás, ni tengo interés. Me da como miedo ¿viste? Igual me acerco y
se me descubre otro rostro, ves, que no soy yo, y me dice la viejita que le
recuerdo, que se yo, a un amigo suyo de hace no más que cincuenta años, y
entonces, ahí te quedás pensando, si la viejita tiene razón, un poder o algo
así y resulta que soy una especie de
impostor, un fugitivo sin memoria. Ya se, la vieja ya no va, no le funciona,
pero que te hace pensar que tenés razón. ¡No pibe! Porque suponés que tenés
claridad, no… ya se. Igual la viejita me conoce y se toma vuelta y dice loca claramente chico>. Sí, aún así me quedaría despojado. Una relación, no
más, y el mundo se va al carajo. Vos mismo. Andás leyendo esta murmuración.
Configurando las estructuras para otorgarle sentido a mi discurso. Pensando que
yo no soy el viejito loco, que mi historia es coherente, que vos sos coherente.
Es la viejita. ¡Claro! Es la viejita no te apurés. La historia está clara. Ella
dice < ¡cuidado con el tipo!> y no hay nadie. Ves, es la viejita pibe.
Tranquilo. Tú no ves a nadie ¿no es cierto? Ves el texto, las palabras, la
sintaxis ¿crees quizá que la viejita sabe qué es la sintaxis? Guardate la
angustia. Vos hacés bien las cábalas, manejás de forma acertada todos los
finales posibles.

A veces cuando escribo imagino
que vos lees igual que yo. Supongo la fricción que se crea entre tu lectura y
la mía. Imagino a la viejita atrapada en el texto. A vos queriendo salir. Yo
mismo acorralado por los puntos y las comas. Los escribo con una Waterman. Una
vez me dijeron que la viejita refería poemas…como el ciego Homero, como Borges creyéndose
inmortal y recordándose Homero. Yo recuerdo a la viejita. Vos igual que yo la
ponés en funcionamiento…es un párrafo no más. En él le cuento lo de la anciana
y su historia. Sí, siempre se vuelve del revés y te acaricia. Lástima que la
tinta y el papel no tenga la naturaleza del espejo. Vos agotaríais los
rostros…la viejita dijo una vez haber visto a dos personas una sola vez con una
sola cara…ayer escribí esto mismo. Vos crees que me ves…es tan solo una de las
formas del olvido. La viejita las usa con sigilo y oficio. El poeta hace lo
mismo. Igual pensabas que esto era un cuento, una historia, algo que al final
parece cobrar sentido y uno dice < ¡lo supe desde el principio! > o < ¡claro, es así, está bien! >... el
truco está desde el principio. Propuesto como un organismo. Caótico, vos sos la
savia…decilo en voz alta pibe: ¡ayer leí el cuento de la viejita, que bien
olvidó quién fue, olvidó el mundo, o sencillamente fue la receptora de un don
arcano que el lenguaje y el cuerpo le impedían trasmitir! Decítelo claro ahora,
bien hondo: no soy la viejita, no escribí esta historia, esto no es un espejo,
yo tan solo leo y no me transformo… ¿la querés otra vez? Claro ya no sos el
mismo, pibe.

LA PARTIDA


Rashid cayó del cielo atravesando el techo y dando un fuerte
golpe con el que casi vuelca la mesa. Los demás parecían disputar una partida
de póker.
-¿cartas señor?
-sí- dijo Rashid desconcertado, - ¿cuánto hace que empezó la
partida?-.
- ninguno de nosotros estaba aquí por entonces señor.

miércoles, 24 de junio de 2009

"El público" de Lorca.

El teatro vuelve a ser un espectáculo de primera dimensión; recupera su valor, su antiguo brillo, entre otras razones, por su capacidad de crítica respecto a un mundo cada vez menos comprensible. Se vuelven a llenar las salas como antaño pese a la crisis, y entre los autores que vuelven a primera fila destaca Lorca; en su obra "El público" nos plantea un dilema; ¿Qué desea ver el público? ¿Qué es lo que busca cuando acude a un teatro? ¿Ficción o realidad? Podría ser que nos interese el como somos, es decir, el personaje, los papeles que desempeñamos en apariencia ante los demás;por contra, algunos estarían, tal vez, buscando lo que de verdad somos, lo oculto tras la apariencia, lo que no proyectamos a los demás en nuestra acción diaria pero la determina totalmente. Uno de los personajes afirma que debemos "Destruir el teatro o vivir en él", es decir, vivir en la apariencia o mostrarnos como realmente somos, sin tapujos ni prejuicios.El teatro casi siempre se centra en lo visible, es un reflejo de las máscaras y roles que desempeñamos, supone una autocrítica proyectando lo que somos en el escenarios, nuestra grandeza y nuestras miserias; dando a entender lo que somos realmente por lo que proyectamos o aparantamos ser. Tras lo paarente se oculta aquello que lo afecta, lo invisible en lo cotidiano. Desde el punto de vista freudiano podríamos decir que la obra intenta mostrar aquelo oculto, el inconsciente, que determina en gran manera nuestra vida consciente;por ello la obra de Lorca se ocupa de impulsos o instintos ocultos a los demás; como las "desviaciones" sexuales, la homosexualidad - representada en Dalí en la obra-, el odio, etc. Produce pavor saber como somos realmente.Lorca critica la reducción del teatro a mero espejo de la apariencia, y recrimina al público su complacencia al desear simplemente una caricatura festiva de sí mismo, no un análisis profundo y doloroso; se obvia aquello que determina nuestro verdadero yo - que bien sabemos que poco coincide con el que tienen los demás-y no somos conscientes que más importante que lo que muestra un hombre es lo que oculta. La frase clave para comprender la obra es que en ella se hace "un teatro debajo de la arena", centrado en aquello que nos determina sin mostrarse, en lo que se es, por doloroso que sea, no en lo que se aparenta ser.

miércoles, 8 de abril de 2009

BOSTON 1763/2009

Un buen día el Barón cayó en un agujero. Sin pensárselo dos veces se agarró por la espalda, y de un fuerte tirón se sacó… así funciona la Historia y su compleja maquinaria. El pasado se transforma en un “futuro” abierto e incierto que pone su mutación al servicio del diseño más elegante, de la más digerible o la más creativa de las interpretaciones. Un boceto eterno.
La tradición que supuestamente nos sustenta es modificable y con ella el presente mismo, infinito y maleable. El espíritu codifica una senda en el tiempo y la legitima. Pocock vuelve republicana la historia y la herencia del pensamiento atlántico; les da un padre y una madre, genera con su revisión de los acontecimientos y las ideas una nueva forma, una “Historia” que explica el presente y lo transforma al igual que al pasado mismo tensado siempre por lo por venir.

Es el fabuloso milagro, el don divino que nos ha sido legado, el de transformarlo todo y manipular incluso lo que ha ocurrido y parece clausurado para siempre. Ocurrirá de nuevo. Paine volverá a escribir sus panfletos con una intención, esta vez, diferente…las acciones no se agotan cuando se terminan; más bien comienzan ahí, en ese mágico conjuro que las vuelve infinitas… el hoplita de Maratón ha muerto ya de mil formas; su esencia como la nuestra no se resolverá jamás; nosotros como él tenemos por delante la extraña tarea de darnos origen y sentido permaneciendo inconclusos para toda la eternidad.

El 18 de abril de 1763, “The Boston Gazzete and Country Journal” publicó una carta firmada bajo las iniciales T. Q. Abría entonces, sin saberlo, un eterno dialogo sobre la revolución y su antídoto. La carta a la que me refiero disputaba sobre la viabilidad o no de la elección como miembro del Consejo o de la cámara alta del lieutenant governor según permitía la carta constitucional de Massachussets. Los argumentos que esgrimía Q. partían de una interpretación racionalista de las doctrinas de Montesquieu y su Espíritu de las Leyes. En ella la libertad se definía como la tranquilidad del espíritu que surgía de la opinión de cada hombre acerca de su propia seguridad, y que, según Q., únicamente se sustentaba bajo una división de poderes radical entendida no solo como una división de la soberanía sino como la imposibilidad total para una misma persona de ocupar varias funciones en los distintos poderes. La base de semejante interpretación descansaba en la presunción de un pesimismo antropológico y una idea negativa del poder entendido como fuente original de cualquier corrupción en las páginas de Montesquieu. Partiendo de esta lectura, Q. veía, merced a su abstracción, un peligro irremediable parta la libertad en la posibilidad de que una misma persona, muy a pesar de su bondad e integridad, ocupase puestos de relevancia tanto ejecutiva como legislativa. Sin embargo sus palabras hacían algo más; ponían en juego la posibilidad legítima para el individuo de delimitar aquello que amenazaba su libertad allende la historia o la costumbre; dotaba a la conciencia individual de la potestad última para decidir y remediar aquello que de alguna u otra forma la amenazaba.

Sin embargo alguien no estaba decidido a asumir todas las consecuencias revolucionarias de aquella lectura y contestaba bajo la inicial J. en “The Boston Evening Post” de 23 de mayo del mismo año con una carta que rebatía las teorías de Q. bajo el espectro historicista que había sustentado la costumbre como legitimidad absoluta. En su carta J. redefinía la idea de libertad política adscribiéndola al concepto dominante y limitador de la Law, impidiendo, en un ejercicio de reformulación de Montesquieu, la interpretación de la misma en clave iusnaturalista. J. no veía peligro en la elección del governor por varios motivos. Él leía a Montesquieu contextualizando sus logros teóricos y dibujándolos dentro del espectro de la constitución inglesa; gracias a esto, la historia podía demostrar cómo en Inglaterra, la intervención de una sola persona en varios cuerpos no había lesionado jamás la libertad (una libertad limitada semánticamente por el ejercicio que la constitución inglesa le permitía), en parte porque el individuo acababa siempre disuelto en la voluntad general del cuerpo del que era miembro, que a fin de cuentas y para J., era lo único que Montesquieu quería separar; y en parte porque el que una minoría fluctuara entre ellos no suponía un problema, ya que la historia lo corroboraba. Q. y su abstracción, sin embargo, cambiaban precisamente la fuente de legitimación de J., entendía los cuerpos como una composición de individuos influenciables, una especie de cuerpo atómico en el que cada pequeña partícula detentaba de forma absoluta el poder y podía de alguna u otra forma transformar el de los demás. En su respuesta de 6 de junio establecía contra la historia la incongruencia de pensar que la división de poderes podía sostenerse tan solo con la división de las distintas mayorías. Si la suma de individuos del ejecutivo en el legislativo suponía a largo plazo en el argumento de J. un problema; la sola presencia de un solo individuo ya viciaba para Q. y su razón, el propio sistema. Lo que la historia de Inglaterra veía lógico se convertía en las líneas de Q. en una aberración del principio de razón y conservación de la libertad. Como Paine haría más tarde en Common Sense, las palabras de Q. contenían la posibilidad de ver en las prerrogativas del rey no ya un control necesario y legítimo, sino una usurpación transformada en tiranía. El control de los poderes era ya racional en Q, no histórico; la labor del ejecutivo dentro del legislativo era la de rejection y nunca la de tomar parte activa en las resolutions; sus cartas suponen el germen de la conciencia revolucionaria, la posibilidad última de poner en entredicho el ejercicio tiránico del rey, el germen de la revisión, el empujón del Barón.
En Boston tres cartas conjugaban los destinos de muchos, perfilaban el nacimiento o la disolución de una nación. Qué voluntad nueva surgirá de tu diálogo lector, que Historia subyace en este espacio en el que tú y yo hablamos. Que presente construimos y cual rechazamos en estos extraños segundos.